Prisionero de mi mente abducida,
no fui capaz de ver con ojos propios
la realidad latiendo victoriosa,
pues todos mis sentidos perecían
ahogados en cuentos y mentiras
de un poder disfrazado de misterio.
Me engullían deseos insaciables,
la noche con sus fauces de neón.
Pero el agua, paciente y milenaria,
libró mi ser a orillas del Genil.
Desnudo como un junco me incliné
ante el otro que va siempre conmigo.
Y al fin pude sentir el aire libre,
las náyades nombrándome distinto.